La escuela mixta hace sufrir mucho a los niños

Entrevista a Michel Fize. La Vanguardia, 15 de Septiembre 2004.

Tengo 53 años, y nací y vivo en París. Soy sociólogo e investigador del Centre National de Recherches Scientifiques (CNRS). Estoy soltero y tengo un hijo, Didier (25). ¿Política? Justicia social. Soy católico. Por culpa de la escuela mixta hay muchos alumnos que hoy sufren, y no favorece la igualdad entre los sexos: a veces favorece la desigualdad

–Había niñas en su clase cuando usted iba al colegio?

–De los 5 a los 11 años, no. Fui a una escuela privada de clases separadas por sexos. A partir de los 11 años, sí: fui a una escuela pública y de clases mixtas.

–Y qué fue mejor para usted?

–No puedo comparar. No sé cómo me habría ido en otras escuelas, en cada caso. Las mías fueron exigentes, había que trabajar ¡y yo trabajaba! Fui primero de la clase, vaya.

–Las chicas no lograron distraerle, pues.

–Ja, ja, ése no es el problema, oiga. Si uno está bien motivado por los estudios, eso no constituye un problema para el rendimiento.

–Ah. Entonces, ¿por qué critica usted la educación mixta?

–No se confunda. Yo no critico la educación mixta. ¡Yo critico que la educación mixta sea considerada como un artículo de fe, un dogma, un principio sagrado, intocable!

–¿Acaso no es un principio muy sensato?

–Sí lo es el objetivo: la igualdad social entre sexos, ¡desde luego!, pero... ¿es la escuela mixta la vía que conduce a esa igualdad?

–...

–Yo discuto ese argumento. Planteo que, por el contrario, favorecer la igualdad exige en muchos momentos evitar la mixité (escuela mixta) y abogar por las aulas separadas.

–¿En qué momentos?

–Cuando los niños son pequeños no pasa nada, pero sabemos los sociólogos que en la fase de adolescencia muchas chicas, durante su pubertad, se sienten muy incómodas, muy vulnerables a las miradas de los chicos.

–¿Sí?

–En las clases de gimnasia, sobre todo. ¡Muchas lo viven como un atentado a su pudor, una perturbación de su intimidad!

–¿Y usted propone separar aulas por sexos en esos casos?

–Y en más casos. Dejemos que la mixité respire con periodos de separación. En los recreos: los chicos se inclinan por actividades más violentas y cinéticas –como el fútbol–, y las chicas prefieren juegos más calmados.

–Que juegue cada uno a lo que quiera, ¿no?

–Pero ¿quién cree usted que vencerá e impondrá su dominio en un espacio reducido? Los más agresivos. Los chicos. ¿Es justo? ¡Ese patio fomenta la hegemonía masculina!

–Yo odiaba los balonazos en el patio, y soy chico. ¡No es cuestión de sexos, pues!

–Yo era tímido y solitario: a mí también me resultó más duro con los chicos...

–Pero usted tuvo chicas en clase desde los 11 años, qué bien. Yo no las vi hasta los 17...

–Pero lo que importa en la escuela es que sea atractiva, que estimule al aprendizaje.

–También es importante el aprendizaje social: normalizar el trato con el otro sexo.

–No propongo evitar el contacto entre sexos. Pero sí digo que juntarlos no es garantía de nada, porque el respeto es una actitud que se enseña y aprende, no es espontánea.

–¿Desde cuándo existe escuela mixta?

–La había en el siglo XIX, por cuestión de falta de espacio: ¡todos juntos en un aula! Luego, en los sesenta, aumentó la escolarización y los años de estudios, pero no había dinero suficiente para hacer escuelas separadas: el pecado original de la mixité es ése: es el resultado de una restricción presupuestaria.

–¿No nació para combatir la desigualdad?

–En verdad, no. Eso se argumentó luego, desde el 68 y desde el feminismo: se vinculó mixité a igualitarismo. Y en 1975 se aprobó en Francia la ley Haby, que impuso ya la mixité obligatoria en la escuela pública.

–¿Cuál es el balance?

–Que eso hoy es un tabú que no se toca, que no se puede discutir.

–Usted está haciéndolo.

–No resulto muy simpático, no encuentro mucho eco en los medios franceses...

–¿Cómo anda la enseñanza en Francia?

–Vemos que las chicas tienen un mejor rendimiento escolar que los chicos.

–¡La mixité las favorece a ellas, pues!

–No: no tiene que ver la mixité con el éxito de las chicas y el fracaso de los chicos.

–Pues explíquemelo.

–Los chicos sienten la escuela como limitación, porque fuera viven cosas más interesantes. Tienen una rica vida tribal fuera y, ante eso, el modelo escolar se queda arcaico.

–¿Y no pasa lo mismo con las chicas?

–A una chica no se la presiona tanto para que estudie como a un chico. Ese difuso machismo social familiar carga de presión escolar al chico, mientras que la chica acude más relajada. Y, así, ella se toma la escuela con más ganas: ve que la alternativa a estudiar es una vida dependiente de un hombre.

–Qué paradoja.

–Además, a la chica se le enseña en casa a ser disciplinada, limpia, ordenada, dulce. ¡Y todo eso resulta útil luego para los estudios!

–El machismo social estimula a las chicas.

–Digamos que la adaptabilidad de las chicas es hoy muy superior a la de los chicos.

–Entonces, es indiferente que chicas y chicos estén juntos o separados en las aulas...

–¡O no!: estudiémoslo sin prejuicios pseudofeministas. ¿Por qué separar es discriminar? ¡A menudo puede ser lo contrario! ¡A menudo resultará más igualitarista separar!

–¿Qué propone usted?

–Que durante su adolescencia los alumnos puedan optar libremente entre estar en un aula mixta o separada por sexos. ¡Eso sí es igualdad de opciones! Lo de hoy es violencia psíquica ejercida sobre muchos jóvenes.

–Pues aquí queda dicho, señor Fize.

–Además, hoy veo aulas con 28 chicas y dos chicos (o al revés): ¿eso es mixité o qué es, dígame? Para quien queda en minoría, esto es psíquicamente muy dañino: ¡mil veces mejor le iría estar en un aula separada!